martes, 22 de octubre de 2013

El parto: la construcción social del nacimiento

Barbara Katz-Rothman, “In Labor: Women and Power in the Birthplace”, Cap. 6 (extracto)

Lo primero que hay que recordar es que la obstetricia es una especialidad quirúrgica. El manejo del parto dentro de los hospitales es esencialmente el mismo que cualquier otro evento quirúrgico. Mientras que la obstetricia es una institución patriarcal, eso se vuelve casi irrelevante en el manejo del parto. Ciertamente las mujeres de parto son tratadas de manera deshumanizada, condescendiente pero al mismo tiempo son ignoradas, se las alienta y también se las castiga. Pero este tratamiento no es exclusivo de las pacientes obstétricas. Es en parte la forma en que los pacientes del hospital en general, y los de cirugía en particular, son tratados.
En cirugía la ideología de la tecnología es dominante. Quizás más claramente que en cualquier otra disciplina de la medicina, el cuerpo es una máquina y el doctor es el mecánico. […]

El proceso del parto
La literatura médica define el parto como un proceso fisiológico de tres etapas. En la primer etapa el cérvix, la abertura del útero en la vagina, dilata de estar casi cerrado a su mayor dimensión, aproximadamente 10 centímetros. Esto es referido como “trabajo de parto”, y las contracciones del útero que dilatan el cuello, como “dolores de parto”. En la segunda etapa el bebé es empujado a través de la abertura del cérvix y de la vagina, o canal de parto, y fuera del cuerpo de la madre. Este es el “parto”. La tercera etapa es la expulsión de la placenta, o “alumbramiento”.
En cualquier situación existe la posibilidad de definiciones alternativas de la situación, diferentes versiones de lo que realmente está pasando. Qué versión es aceptada y actuada en consecuencia es un reflejo del poder de los participantes. Aquellos con mayor poder pueden ver su definición de la situación aceptada como la realidad. Esto a veces implica cierta negociación y regateo entre las partes. […] Frecuentemente, la embarazada llega al hospital diciendo que está con trabajo de parto, pero para el criterio médico establecido no lo está. El estado de “trabajo de parto”, como la enfermedad y cualquier anormalidad, es una estado atribuible: es decir, es una posición que se asigna a una persona por aquel con autoridad. Pero uno también puede negociar, para tratar de alcanzar ese estado o que el mismo sea reconocido.
Cuando la gente ha negociado una definición de la situación, esa se vuelve la realidad para ellos, y tienen que trabajar dentro de esa realidad. Tomemos como ejemplo una mujer a término teniendo contracciones dolorosas cada 10 minutos, que no ha comenzado a dilatar. Que esté o no con trabajo de parto depende de que comience  a dilatar, o que las contracciones se detengan y vuelvan a comenzar días o semanas después. Si la mujer está en trabajo de parto o con un “falso trabajo de parto” en el Momento Uno depende de lo que pase en el Momento Dos. Si se presenta en el hospital diciendo que está con trabajo de parto, y ya sea llorando y suplicando, o solo por parecer educada y de clase media, es admitida, el reconocimiento médico de que está con trabajo de parto habrá quedado establecido. Si ella no comienza a dilatar en las siguientes veinticuatro horas, y luego doce horas después -treinta y seis horas después de su admisión- ella pare, esa mujer habrá tenido un parto de 36 horas. Las autoridades médicas lo verán como un parto de 36 horas, y también ella. Esa realidad que negociaron, cuando el trabajo de parto comenzó, se vuelve la única realidad que tienen. Por el otro lado, si ella es rechazada o demora su admisión y se presenta al hospital veinticuatro horas después para tener un trabajo de parto de 12 horas en el hospital, ella va a haber tenido un parto de 12 horas precedido de un día con molestias. Desde el punto de vista de la institución que es “responsable” de su trabajo de parto, y por ende de su dolor, solo desde el momento de admisión, la segunda opción es preferible, ya que el parto largo puede percibirse con mayor facilidad como un mal manejo de la institución. Sin embargo, desde la perspectiva de la mujer, la sensación física en ambos casos es precisamente igual. Son las definiciones sociales -llamarlo trabajo de parto o no- lo que hace la diferencia entre un parto terriblemente largo o un parto dentro del promedio con algunas contracciones previas. Porque la medicina quiere definir el trabajo de parto como una situación que requiere hospitalización, pero al mismo tiempo quiere evitar un trabajo de parto prolongado, el trabajo de parto “real” es definido no en término de sensaciones que la mujer experimenta, sino en términos de ”progreso” -dilatación cervical.
La embarazada entonces quiere ser precisa (en términos médicos) para definir el inicio del trabajo de parto. De otro modo, si es admitida demasiado pronto, habrá ayudado a definir la situación como un trabajo de parto demasiado largo. Además del estrés inherente a pensarse en trabajo de parto por 36 horas, el tratamiento médico que recibirá presenta sus propios problemas. Las mujeres en trabajo de parto en los hospitales son rutinariamente confinadas a la cama, una situación que es tan perturbadora psicológicamente como físicamente. No solo se percibe el trabajo de parto como más largo, sino que la posición horizontal que ella debe asumir en la cama físicamente prolonga el trabajo de parto, así como lo hace la administración rutinaria de sedantes durante la estadía en el hospital. […] Las mujeres que han estado en un hospital en trabajo de parto por treinta horas reciben un tratamiento diferente que las que llegaron hace solo seis horas, aunque ambas estén igualmente dilatadas y hayan tenido idéntico progreso físico. ¿Cuál mujer, después de todo, tiene mayor probabilidad de tener una cesárea por trabajo de parto prolongado? Lo que la mujer experimentó antes de llegar al hospital -cuan fuertes, cuan frecuentes y por cuánto tiempo tuvo contracciones- no entra en la consideración profesional con el mismo peso que lo que los médicos han visto por sí mismos.
Es también importante que la embarazada sea precisa en identificar el inicio del trabajo de parto porque si se presenta en el hospital y es rechazada, habrá comenzado su relación con la institución y quienes la atiendan en una mala posición de regateo. Su versión de la realidad le es negada, dejándola sin más alternativa que perder la fe en su propia habilidad o la de la institución para percibir con certeza qué es lo que le está sucediendo. Ambas situaciones tendrán consecuencias negativas para el eventual trabajo de parto y parto. Es por esto que los cursos de preparación para el parto dedican tanto tiempo a definir el trabajo de parto y el llamado “falso trabajo de parto”.
El mismo problema surge cuando hay que tomar la decisión de mover a la mujer de la habitación o sala de pre-parto a la sala de parto.  […] Dado que la mujer será movida de una habitación a otra para marcar la transición de una etapa a otra, el personal médico tiene que hacer la distinción entre el trabajo de parto y el parto, y luego aplicar esa distinción a la mujer. Un punto de corte tiene que ser establecido en el cual la mujer ya no es vista como “en trabajo de parto” sino “de parto” o pariendo. Si ese punto pasa inadvertido, y la mujer pare, entonces se dice que ella “se ha precipitado”, ha tenido un parto precipitado. En cambio si el punto queda establecido demasiado pronto, y si el personal decide que la mujer está lista para parir pero la realidad física es que tiene para una hora más, entonces aparece la preocupación por la duración de la segunda etapa […]
¿Por qué el hospital necesita tomar decisiones arbitrarias en definir el proceso del parto y sus etapas? Porque el uso de las instalaciones requiere planificación. El personal debe saber cuándo una sala de partos será liberada y una sala de partos será necesaria. Se vuelve necesario, entonces, revisar interna y periódicamente a la mujer, para determinar la dilatación y predecir la hora del parto. […] Algunos exámenes pueden ser necesarios para evaluar la condición física de la madre y el feto, pero las revisiones repetitivas son igualmente necesarias con el propósito de la planificación. Otros tienen fines educativos. Dicho exámenes generalmente son dolorosos, de modo que aquí vemos que las demandas institucionales infligen más que alivian el dolor.
Hay una razón más para los exámenes. El personal tiene que hacer algo a la parturienta; de otro modo no serían necesarios allí. El hospital tiene su propio trabajo en mantener su prestigio como, en esta instancia, institución que hace bebés, procesando o “tratando” a las mujeres de parto. El proceso del parto es usualmente autosuficiente; dejada a sus propios medios la mujer podría dar a luz, en nueve de cada diez casos, sin asistencia profesional en absoluto. Dichas revisiones no solo, como su uso más útil, permiten identificar los casos que requieren asistencia; también constituye “tratamiento” para la totalidad de las mujeres en trabajo de parto, justificando de ese modo la misma existencia de la institución. La mujer puede entonces ser vista, o verse a sí misma,  como estando en el hospital con el propósito de dicho tratamiento, o “atención médica”.
Nancy Stroller Shaw, en su estudio sobre la atención médica de maternidad, Parto Forzado, nota que para una mujer dando a luz en un hospital, el parto conlleva una “continua incapacidad de protegerse a sí misma y controlar el acceso de otros a su propio cuerpo”. Los procedimientos estándar de preparación, como los procesos de admisión al ejército, la cárcel o una institución psiquiátrica, refuerzan la idea de que el individuo pierde el control sobre su cuerpo y si misma […].


Traducción: Ma. Laura Cometta (los resaltados son míos)

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