lunes, 12 de enero de 2015

Del dicho al hecho...

Si bien ha sido una experiencia gratificante y maravillosa, no voy a realizar un relato pormenorizado de mi parto, sino que quiero compartir algunas reflexiones y vivencias que puedan resultar útiles a quienes se interesen por el parto en casa y el modelo de atención de las parteras independientes, considerándolas para la llegada de sus hijos, o simplemente para conocer de qué se trata.
Elegí parir en casa porque considero el embarazo y el parto como un estado saludable, parte de nuestro ciclo vital normal.
Porque quería asegurarme de poder ser, junto con mi hija, las protagonistas, tomando las decisiones y marcando el ritmo del proceso… “tener el control del descontrol”
Porque saberme en la intimidad de mi propio espacio y tiempo, rodeada de la gente que yo elegí, me brindaba más seguridad y libertad.
Porque deseábamos un parto natural, fisiológico, sin intervenciones innecesarias (de rutina) para mí y mi bebé y consideramos que esta era la manera más probable de lograrlo (y así fue!).
Porque queríamos darle a nuestra hija la bienvenida en familia, a nuestra manera, en la calidez de nuestro hogar y disfrutarla desde el primer minuto sin separaciones innecesarias.

Por suerte no tuvimos que hacer “casting” de equipos porque ya
conocía a varios de ellos con sus diferentes estilos y sabía lo que buscaba. Elegimos a las parteras con las que ambos, mi compañero y yo, nos sentimos cómodos, más allá de lo humano y el “feeling” que se generó,  por su experiencia, criterio y modalidad de atención.
Agradecí disfrutar de cada encuentro relajada (mensuales, y hacia el final quincenales), sin salas de espera interminables ni ansiedad ni angustias. Charlábamos fluidamente, entre risas, tés, mates y cosas ricas, de experiencias, de inquietudes, de deseos, de estadísticas y de elecciones; además de revisar los (pocos) estudios que hicimos y llevar registro de todo en la historia clínica. Así y todo, a último momento quedaron algunas cositas sin charlar que luego resonaron en el parto… (moraleja: no dejes nada para la próxima ni des nada por sentado por más obvio o insignificante que parezca).
Tuvimos oportunidad de preguntar y recibir información sobre prácticas, opciones y alternativas, así como nos despejaban dudas y abordábamos también las cuestiones más emocionales y existenciales (no solo la parte clínica). Siempre estuvieron atentas a cómo nos sentíamos nosotros y como familia con todo el proceso.
Al final de cada encuentro llegaba el momento de tomar la presión, tocar la panza (revisaban ubicación, crecimiento y demás), medirla y escuchar los latidos.
Entre encuentros, cualquier duda o cuestión que surgiera era respondida enseguida y con seguimiento (por ejemplo cuando me agarré una gripe terrible alrededor de la semana 20).

Tuve también la gracia de encontrar una médica, un sol de persona, que aún sin conocerme (yo tenía excelentes referencias de ella de otras mujeres a quienes asistió) aceptó ser mi plan B y se mostró muy abierta a todos mis planteos, incluso no estando del todo de acuerdo con algunas cosas. La vi solamente 3 veces en todo el embarazo porque ella confiaba en los controles regulares que estaban haciendo las parteras.

Y llegó el momento, con 39 semanas clavadas…
No tuve un parto de ensueño, ni orgásmico, ni poético, ni místico, ni de revelación…
Tuve un parto “directo al grano”, digamos. Tuve un parto MÍO… nuestro, REAL, terrenal, intenso, rápido, demandante y de madrugada, tal como lo imaginé.
Tal como auguraban (como temía) LO HICE SOLA y sabiamente acompañada, a prudente distancia… porque así debía ser.

Sumergida en mi misma, en las sensaciones potentes que me invadían, que por momentos me superaban porque el ritmo acelerado y la intensidad me hacían muy complicado integrarlo todo. Entonces busqué ayuda afuera, y las palabras serenas de mi partera me alentaban (a decir verdad en ese momento me enojaba su parsimonia, pero de algún modo me ayudaba a continuar).

Atravesé el bosque y resurgí nuevamente renacida. 

En ningún momento sentí miedo, ni ansiedad. Solo por momentos cierta urgencia: “que se acabe, ya!”. Y todo fluyó de maravillas.
Me sorprendió poder reconocer las sensaciones, saber con mucha certeza en qué etapa estaba, ya que parecía casi como si reviviera (físicamente) mi parto anterior.
Busqué la tierra cuando llegó el momento de rendirse, dudando un poco sobre si podría hacer la fuerza necesaria. Me llevó un rato y varios intentos encontrar la posición más adecuada hasta que el poder de las ráfagas finalmente se apoderó de mí y en tres pujos (con su papá y hermana como testigos privilegiados) mi pequeña estuvo en mis brazos. Húmeda, resbalosa y calentita, soltó un llanto que de a poco se fue calmando.

Pedí acostarme porque estaba incómoda y me dolían las piernas, habiendo hecho casi todo el trabajo de parto caminando, parada o acuclillada. Apenas me había acomodado y la pequeña ya olisqueaba en busca del pecho al que se prendió enseguida con mucha fuerza, con la misma determinación con la que emprendió el camino hacia este lado del mundo. Y allí se quedó largo rato, mientras yo alumbraba la placenta.
En algún momento mientras me acomodaban en la cama sonó la alarma de la máquina de pan, que había preparado mientras atravesaba las primeras contracciones para “distraerme” un poco. Pudimos desayunar con pancito casero recién hecho. Entonces mi marido dijo: “esta mujer tarda menos en parir un hijo que en hacer el pan!” y quedó para la posteridad… jaja!

Luego del parto los masajes en las piernas acalambradas y temblorosas que me hizo mi partera fueron lo mejor de lo mejor! En los días y semanas siguientes las parteras nos visitaron, ayudaron y cuidaron, además de realizar los controles necesarios a mí y a mi bebé. Esa continuidad de cuidados creo que es esencial porque son momentos especiales, una puede estar sensible o movilizada, y es muy agradable sentirse cuidada, tener alguien de confianza a quien recurrir. También se bancaron con paciencia y alegría el acelere de una recién estrenada “hermana del medio” que quería estar en todos lados, hacer y mirar todo, sin parar de hablar un segundo.

Para mí lo mejor de todo, lo que más disfruté fue el “continuum”, el poder estar juntos sin interrupciones ni separaciones, poder disfrutar de nuestra pequeña hija desde el minuto cero, disfrutar sus gestos, sus ruiditos, como iba cambiando y descubriendo su nuevo mundo, descubriéndonos. Vestirla varias horas después cuando recuperé fuerzas y tuve ganas, estando tranquilos en casa, en nuestro ambiente… y tener MI baño.


Si tuviera que volver a elegir, elegiría esto mil veces. Por su calidez, por estar hecho a medida de cada mujer, de cada embarazo, de cada pareja y de cada familia. Porque es agradable no sentirse una más del montón, entablar un vínculo real, compartir códigos, ideas, y tener la seguridad de que quienes te asisten comprenden bien qué es lo importante y están realmente comprometidas con tus deseos y el bienestar de madre y bebé.

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