miércoles, 8 de mayo de 2013

Sobre los prejuicios y la conciencia


Todos aquellos que abogamos y trabajamos por un modo más respetuoso y humanizado, o mejor dicho “mamiferizado”, de parir, nacer y criar nos enfrentamos diariamente con los prejuicios. Básicamente consisten en mitos o argumentos más o menos elaborados que están social y culturalmente arraigados, pero que en muchos casos no soportan el mínimo análisis, y aún así los reproducimos de generación en generación sin cuestionamientos porque forman parte de nuestro condicionamiento cultural que empaña todos los ámbitos de nuestras vidas.

Las estructuras de poder, la sociedad de consumo, hacen mucho por sostener estos prejuicios, por mantener la desconexión imperante con nuestro ser, con la naturaleza, con nuestra condición de mamíferos, para poder conservar el status quo, y por ende su poder.

He aquí la enajenación que envuelve nuestros partos, el miedo, el dolor y la frustración que experimentamos. ¿Por qué algo tan sagrado, tan personal e íntimo ha de ser negado, invadido, violentado?

Porque nos han convencido de que no somos capaces, que nuestro cuerpo es defectuoso y que no podemos parir solas, por nuestros propios medios. De que necesitamos obligatoriamente de alguien preparado, formado, que nos asista y nos salve junto con nuestro bebé de ese “trance peligroso”. Y esto se logra a través de una serie de rituales (R. Davis-Floyd), se refuerza el sistema de creencias (aquí entran los prejuicios, mitos, etc) y legitima las posiciones de quienes ejercen un rol de poder (los profesionales de la salud que asisten).

El prejuicio y el miedo en este contexto juegan un papel estabilizador. Ayudan a mantener las cosas (y las personas) en su lugar. Pero cuando logramos trascenderlo, cuando nos hacemos las preguntas adecuadas, ya nada vuelve a ser igual. Desde el momento en que uno sabe, se involucra y toma conciencia, ya no puede mirar para otro lado, hacer como que le da lo mismo.

Se trata de un tema crítico. Y afortunadamente cada vez somos más, cada vez resuena más, aunque todavía falta muchísimo. Es crítico porque, como dice Michel Odent, el tiempo que rodea al nacimiento es el período en el que se gesta nuestra capacidad de amar; o bien la violencia y la agresividad, todo depende del trato que recibamos al llegar al mundo.

A mí me importa el futuro y me importa al menos sembrar una semilla para el cambio. Y ahí es donde muchas veces me topo con los prejuicios, a veces inocentes y a veces férreamente arraigados.
Ojalá cada vez más gente pueda sacudirse la comodidad que supone la ignorancia, desprenderse de los viejos condicionamientos, las carencias personales y considerar nuevas perspectivas. Lo cual no quiere decir que todos vayan a adoptarlas, sino que puedan contar con un conocimiento de todas las opciones posibles, con sus particularidades, pros y contras, para poder realizar sus elecciones en forma libre y personal.

Y lo más sorprendente es que la mayoría se resiste a considerar que existen alternativas muy viables, diferentes a las comúnmente conocidas, ecológicas, más acordes a nuestras necesidades, a nuestra naturaleza. O que las opciones comunes, socialmente aceptadas, tienen desventajas y riesgos que no siempre se informan o difunden adecuadamente.
No porque algo se considere “normal” o porque sea habitual tiene que ser bueno. En la mayoría de los casos las opciones "alternativas" superan ampliamente las ventajas de las prácticas  rutinarias.
El problema es que somos animales de costumbre. Y cuando se propone algo distinto se sacan a relucir los prejuicios para quedarse tranquilos y mantenerse en la zona de confort, dentro de lo conocido, lo familiar, por más que no sea lo mejor.

Y no se trata de demonizar la práctica obstétrica convencional, con todos sus avances que sin lugar a dudas contribuyen a salvar vidas o a evitar resultados desfavorables en ciertas situaciones específicas. Lo que rechazo es el sobredimensionamiento de la medicina (y de quienes la practican), la fe ciega, la negación absoluta de cuestionamiento y la comodidad de delegar completamente en terceros las decisiones que afectan nuestra salud y la de nuestros hijos.

¿Dónde está nuestra responsabilidad y nuestra autodeterminación? ¡Sin dudas que desde esta perspectiva los juicios de mala praxis van a aumentar exponencialmente (sin ahondar en el negocio que constituyen)! Y que como consecuencia los profesionales de la salud van a “redoblar la guardia” y a responder con una batería de análisis, pruebas e intervenciones muchas veces innecesarias, “por la dudas”, para cubrirse lisa y llanamente y porque tienen la convicción de que esa es la mejor manera de ejercer su profesión, que están haciendo lo mejor por su paciente cubriendo todos los frentes posibles, optando siempre por “el mal menor”. Aún cuando esto suponga un derroche de esfuerzo, dinero y tiempo de todas las partes involucradas, además de comprometer la salud y el bienestar de la madre y su bebé.

En la vereda de enfrente, a las mujeres o parejas que desde la conciencia de que hay un modo mejor de parir y nacer, quieren vivirlo plenamente, se involucran, se informan y tienen la oportunidad de desarrollar un vínculo de confianza con las personas que los acompañan en el proceso de gestación y nacimiento desde una filosofía más respetuosa, muchas veces desde el prejuicio se las tilda de inconscientes (paradójicamente) por sus elecciones a contramano de lo socialmente impuesto.

Estas mujeres y parejas a las que se les permite ejercer su autodeterminación tomando las decisiones acerca de su cuidado (asesorados acerca de los pros, contras y alternativas, sin coacción) difícilmente inicien una demanda si algo no sale como estaba planeado. Porque la responsabilidad es compartida; porque habiéndose informado y elegido, habiendo sido respetados, se hacen cargo de los resultados y celebran el éxito como un gran logro personal.
Como describe Elisabeth Arús  “ese `hacerse cargo´ puede sentirse a menudo como una carga pesada, como una mochila de la que más vale deshacerse para dejar el tema a los expertos y estar lo más relajadas posible, por no decir anestesiadas, en el momento en que nuestro hijo vaya a nacer.  Pero esa carga puede vivirse también como el peso propio de algo que es sumamente importante; como la ardua tarea de trabajar duro en algo que realmente nos importa […] Los que optamos con un nacimiento sin violencia para nuestros hijos entendemos de este modo la responsabilidad; como un «hacerse cargo» de algo que es tan nuestro”

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