Luego de pasar la Semana Mundial de la Doula difundiendo información sobre esta linda labor, me quedé pensando en todo lo que implica, lo lindo, lo bueno y lo malo...
Ser Doula, antes que nada, requiere de una vocación y una vivencia personal muy fuerte, así como la capacidad de saber correrse, hacerse presente pero invisible al mismo tiempo.
Requiere compromiso, constancia y un trabajo constante con una misma, con las emociones, con las necesidades, con nuestras propias historias. Requiere ante todo ser auténticas, ser honestas en nuestros aciertos y en nuestros errores.
Sin embargo hay otras facetas que son también interesantes, una especialmente, es poder acompañar y ver como una mujer o una pareja va ganando confianza en sí mismos, como buscan hacer realidad sus deseos y darle a su hijo la bienvenida que merece.
Me gusta ser Doula porque:
- me gusta acompañar a las mujeres a encarar la maternidad con conciencia, no importa de qué manera lo hagan ni cuáles sean sus elecciones al final del día, sino cuanto se involucren y se sumerjan en la vivencia.
- me gusta observar la fuerza de la Naturaleza manifestándose en su cuerpo
- me gusta ver como el miedo y las dudas se van disipando, como adquieren confianza y asumen el protagonismo que les corresponde en esos momentos tan importantes de su vida
- me siento honrada cuando me invitan a ser parte de ese maravilloso e íntimo evento del nacimiento
- me gusta ver la luz en sus ojos y la felicidad cuando lo han logrado
- me gusta ver a las familias crecer, aprender y desarrollarse también durante la crianza
Pero también hay momentos en los que las cosas se complican o no resultan como se esperaba. Entonces me tranquiliza saber que ahí estamos para tomarle la mano, para darle ánimo o simplemente estar ahí, atenta a sus necesidades emocionales.
Lo más importante y gratificante es poder compartir acompañar y compartir ese proceso, no importa cómo, ni cuando, ni dónde, porque cada mujer es única y lo hará de la mejor manera posible para ella.