Barbara
Katz-Rothman, “In Labor: Women and Power in the Birthplace”, Cap. 6 (extracto)
Lo primero que hay que recordar es que la obstetricia es
una especialidad quirúrgica. El manejo del parto dentro de los hospitales es
esencialmente el mismo que cualquier otro evento quirúrgico. Mientras que la
obstetricia es una institución patriarcal, eso se vuelve casi irrelevante en el
manejo del parto. Ciertamente las mujeres de parto son tratadas de manera deshumanizada,
condescendiente pero al mismo tiempo son ignoradas, se las alienta y también se
las castiga. Pero este tratamiento no es exclusivo de las pacientes
obstétricas. Es en parte la forma en que los pacientes del hospital en general,
y los de cirugía en particular, son tratados.
En cirugía la ideología de la tecnología es dominante.
Quizás más claramente que en cualquier otra disciplina de la medicina, el
cuerpo es una máquina y el doctor es el mecánico. […]
El proceso del parto
La literatura médica define el parto como un proceso
fisiológico de tres etapas. En la primer etapa el cérvix, la abertura del útero
en la vagina, dilata de estar casi cerrado a su mayor dimensión, aproximadamente
10 centímetros. Esto es referido como “trabajo de parto”, y las contracciones
del útero que dilatan el cuello, como “dolores de parto”. En la segunda etapa
el bebé es empujado a través de la abertura del cérvix y de la vagina, o canal
de parto, y fuera del cuerpo de la madre. Este es el “parto”. La tercera etapa
es la expulsión de la placenta, o “alumbramiento”.
En cualquier situación existe la posibilidad de
definiciones alternativas de la situación, diferentes versiones de lo que realmente está pasando. Qué versión es
aceptada y actuada en consecuencia es un reflejo del poder de los
participantes. Aquellos con mayor poder pueden ver su definición de la
situación aceptada como la realidad. Esto a veces implica cierta negociación y
regateo entre las partes. […] Frecuentemente, la embarazada llega al hospital
diciendo que está con trabajo de parto, pero para el criterio médico
establecido no lo está. El estado de “trabajo
de parto”, como la enfermedad y cualquier anormalidad, es una estado
atribuible: es decir, es una posición
que se asigna a una persona por aquel con autoridad. Pero uno también puede
negociar, para tratar de alcanzar ese estado o que el mismo sea reconocido.
Cuando
la gente ha negociado una definición de la situación, esa se vuelve la realidad
para ellos, y tienen que
trabajar dentro de esa realidad. Tomemos como ejemplo una mujer a término
teniendo contracciones dolorosas cada 10 minutos, que no ha comenzado a
dilatar. Que esté o no con trabajo de parto depende de que comience a dilatar, o que las contracciones se
detengan y vuelvan a comenzar días o semanas después. Si la mujer está en
trabajo de parto o con un “falso trabajo de parto” en el Momento Uno depende de
lo que pase en el Momento Dos. Si se presenta en el hospital diciendo que está
con trabajo de parto, y ya sea llorando y suplicando, o solo por parecer
educada y de clase media, es admitida, el reconocimiento médico de que está con
trabajo de parto habrá quedado establecido. Si ella no comienza a dilatar en
las siguientes veinticuatro horas, y luego doce horas después -treinta y seis horas después de su admisión- ella pare, esa mujer habrá tenido un parto de 36 horas.
Las autoridades médicas lo verán como un parto de 36 horas, y también ella. Esa
realidad que negociaron, cuando el trabajo de parto comenzó, se vuelve la única
realidad que tienen. Por el otro lado, si ella es rechazada o demora su
admisión y se presenta al hospital veinticuatro horas después para tener un
trabajo de parto de 12 horas en el hospital, ella va a haber tenido un parto de
12 horas precedido de un día con molestias. Desde el punto de vista de la
institución que es “responsable” de su trabajo de parto, y por ende de su
dolor, solo desde el momento de admisión, la segunda opción es preferible, ya
que el parto largo puede percibirse con mayor facilidad como un mal manejo de
la institución. Sin embargo, desde la perspectiva de la mujer, la sensación física en ambos casos es precisamente
igual. Son las definiciones sociales -llamarlo trabajo de
parto o no- lo que hace la diferencia entre un parto terriblemente
largo o un parto dentro del promedio con algunas contracciones previas. Porque la medicina quiere definir el
trabajo de parto como una situación que requiere hospitalización, pero al mismo
tiempo quiere evitar un trabajo de parto prolongado, el trabajo de parto “real”
es definido no en término de sensaciones que la mujer experimenta, sino en términos
de ”progreso” -dilatación cervical.
La embarazada entonces quiere ser precisa (en términos
médicos) para definir el inicio del trabajo de parto. De otro modo, si es
admitida demasiado pronto, habrá ayudado a definir la situación como un trabajo
de parto demasiado largo. Además del estrés inherente a pensarse en trabajo de
parto por 36 horas, el tratamiento médico que recibirá presenta sus propios
problemas. Las mujeres en trabajo de parto en los hospitales son rutinariamente
confinadas a la cama, una situación que es tan perturbadora psicológicamente
como físicamente. No solo se percibe el trabajo de parto como más largo, sino
que la posición horizontal que ella debe asumir en la cama físicamente prolonga
el trabajo de parto, así como lo hace la administración rutinaria de sedantes
durante la estadía en el hospital. […] Las
mujeres que han estado en un hospital en trabajo de parto por treinta horas
reciben un tratamiento diferente que las que llegaron hace solo seis horas,
aunque ambas estén igualmente dilatadas y hayan tenido idéntico progreso
físico. ¿Cuál mujer, después de todo, tiene mayor probabilidad de tener una
cesárea por trabajo de parto prolongado? Lo que la mujer experimentó antes
de llegar al hospital -cuan fuertes, cuan frecuentes y por cuánto
tiempo tuvo contracciones- no entra en la consideración profesional con el mismo peso que lo que los
médicos han visto por sí mismos.
Es también importante que la embarazada sea precisa en identificar el
inicio del trabajo de parto porque si se presenta en el hospital y es
rechazada, habrá comenzado su relación con la institución y quienes la atiendan
en una mala posición de regateo. Su versión de la realidad le es negada,
dejándola sin más alternativa que perder la fe en su propia habilidad o la de
la institución para percibir con certeza qué es lo que le está sucediendo.
Ambas situaciones tendrán consecuencias negativas para el eventual trabajo de
parto y parto. Es por esto que los cursos de preparación para el parto dedican
tanto tiempo a definir el trabajo de parto y el llamado “falso trabajo de parto”.
El mismo problema surge cuando hay que tomar la decisión de mover a la
mujer de la habitación o sala de pre-parto a la sala de parto. […] Dado que la mujer será movida de una
habitación a otra para marcar la transición de una etapa a otra, el personal
médico tiene que hacer la distinción entre el trabajo de parto y el parto, y
luego aplicar esa distinción a la mujer. Un punto de corte tiene que ser
establecido en el cual la mujer ya no es vista como “en trabajo de parto” sino “de
parto” o pariendo. Si ese punto pasa inadvertido, y la mujer pare, entonces se
dice que ella “se ha precipitado”, ha tenido un parto precipitado. En cambio si
el punto queda establecido demasiado pronto, y si el personal decide que la
mujer está lista para parir pero la realidad física es que tiene para una hora más,
entonces aparece la preocupación por la duración de la segunda etapa […]
¿Por qué el hospital
necesita tomar decisiones arbitrarias en definir el proceso del parto y sus
etapas? Porque el uso de las instalaciones requiere planificación. El personal debe saber cuándo una sala de partos será liberada y una sala
de partos será necesaria. Se vuelve necesario, entonces, revisar interna y periódicamente
a la mujer, para determinar la dilatación y predecir la hora del parto. […] Algunos
exámenes pueden ser necesarios para evaluar la condición física de la madre y
el feto, pero las revisiones repetitivas son igualmente necesarias con el
propósito de la planificación. Otros tienen fines educativos. Dicho exámenes
generalmente son dolorosos, de modo que aquí vemos que las demandas
institucionales infligen más que
alivian el dolor.
Hay una razón más para los exámenes. El
personal tiene que hacer algo a la parturienta;
de otro modo no serían necesarios allí. El hospital tiene su propio trabajo
en mantener su prestigio como, en esta instancia, institución que hace bebés,
procesando o “tratando” a las mujeres de parto. El proceso del parto es
usualmente autosuficiente; dejada a sus propios medios la mujer podría dar a luz,
en nueve de cada diez casos, sin asistencia profesional en absoluto. Dichas
revisiones no solo, como su uso más útil, permiten identificar los casos que
requieren asistencia; también constituye
“tratamiento” para la totalidad de las mujeres en trabajo de parto,
justificando de ese modo la misma existencia de la institución. La mujer
puede entonces ser vista, o verse a sí misma,
como estando en el hospital con el propósito de dicho tratamiento, o “atención
médica”.
Nancy Stroller Shaw, en su estudio sobre la atención médica de maternidad,
Parto Forzado, nota que para una mujer dando a luz en un hospital, el parto
conlleva una “continua incapacidad de protegerse a sí misma y controlar el
acceso de otros a su propio cuerpo”. Los procedimientos estándar de
preparación, como los procesos de admisión al ejército, la cárcel o una
institución psiquiátrica, refuerzan la idea de que el individuo pierde el
control sobre su cuerpo y si misma […].
Traducción: Ma. Laura Cometta (los resaltados son míos)