Todos aquellos
que abogamos y trabajamos por un modo más respetuoso y humanizado, o mejor
dicho “mamiferizado”, de parir, nacer y criar nos enfrentamos diariamente con
los prejuicios. Básicamente consisten en mitos o argumentos más o menos
elaborados que están social y culturalmente arraigados, pero que en muchos
casos no soportan el mínimo análisis, y aún así los reproducimos de generación
en generación sin cuestionamientos porque forman parte de nuestro
condicionamiento cultural que empaña todos los ámbitos de nuestras vidas.
Las estructuras
de poder, la sociedad de consumo, hacen mucho por sostener estos prejuicios,
por mantener la desconexión imperante con nuestro ser, con la naturaleza, con
nuestra condición de mamíferos, para poder conservar el status quo, y por ende su poder.
He aquí la
enajenación que envuelve nuestros partos, el miedo, el dolor y la frustración
que experimentamos. ¿Por qué algo tan sagrado, tan personal e íntimo ha de ser negado,
invadido, violentado?
Porque nos han
convencido de que no somos capaces, que nuestro cuerpo es defectuoso y que no
podemos parir solas, por nuestros propios medios. De que necesitamos obligatoriamente
de alguien preparado, formado, que nos asista y nos salve junto con nuestro
bebé de ese “trance peligroso”. Y esto se logra a través de una serie de
rituales (R. Davis-Floyd), se refuerza el sistema de creencias (aquí entran los
prejuicios, mitos, etc) y legitima las posiciones de quienes ejercen un rol de
poder (los profesionales de la salud que asisten).
El prejuicio y el
miedo en este contexto juegan un papel estabilizador. Ayudan a mantener las
cosas (y las personas) en su lugar. Pero cuando logramos trascenderlo, cuando
nos hacemos las preguntas adecuadas, ya nada vuelve a ser igual. Desde el
momento en que uno sabe, se involucra y toma conciencia, ya no puede mirar para
otro lado, hacer como que le da lo mismo.
Se trata de un
tema crítico. Y afortunadamente cada vez somos más, cada vez resuena más,
aunque todavía falta muchísimo. Es crítico porque, como dice Michel Odent, el
tiempo que rodea al nacimiento es el período en el que se gesta nuestra
capacidad de amar; o bien la violencia y la agresividad, todo depende del trato
que recibamos al llegar al mundo.
A mí me importa
el futuro y me importa al menos sembrar una semilla para el cambio. Y ahí es
donde muchas veces me topo con los prejuicios, a veces inocentes y a veces
férreamente arraigados.
Ojalá cada vez
más gente pueda sacudirse la comodidad que supone la ignorancia, desprenderse
de los viejos condicionamientos, las carencias personales y considerar nuevas
perspectivas. Lo cual no quiere decir que todos vayan a adoptarlas, sino que
puedan contar con un conocimiento de todas las opciones posibles, con sus
particularidades, pros y contras, para poder realizar sus elecciones en forma
libre y personal.
Y lo más
sorprendente es que la mayoría se resiste a considerar que existen alternativas
muy viables, diferentes a las comúnmente conocidas, ecológicas, más acordes a
nuestras necesidades, a nuestra naturaleza. O que las opciones comunes,
socialmente aceptadas, tienen desventajas y riesgos que no siempre se informan
o difunden adecuadamente.
No porque algo se considere “normal” o porque sea habitual tiene que ser bueno. En la mayoría de los casos las opciones "alternativas" superan ampliamente las ventajas de las prácticas rutinarias.
El problema es que somos animales de costumbre. Y cuando se propone algo distinto se sacan a relucir los prejuicios para quedarse tranquilos y mantenerse en la zona de
confort, dentro de lo conocido, lo familiar, por más que no sea lo mejor.
Y no se trata de
demonizar la práctica obstétrica convencional, con todos sus avances que sin
lugar a dudas contribuyen a salvar vidas o a evitar resultados desfavorables en
ciertas situaciones específicas. Lo que rechazo es el sobredimensionamiento de
la medicina (y de quienes la practican), la fe ciega, la negación absoluta de
cuestionamiento y la comodidad de delegar completamente en terceros las
decisiones que afectan nuestra salud y la de nuestros hijos.
¿Dónde está
nuestra responsabilidad y nuestra autodeterminación? ¡Sin dudas que desde esta
perspectiva los juicios de mala praxis van a aumentar exponencialmente (sin
ahondar en el negocio que constituyen)! Y que como consecuencia los
profesionales de la salud van a “redoblar la guardia” y a responder con una
batería de análisis, pruebas e intervenciones muchas veces innecesarias, “por
la dudas”, para cubrirse lisa y llanamente y porque tienen la convicción de que
esa es la mejor manera de ejercer su profesión, que están haciendo lo mejor por
su paciente cubriendo todos los frentes posibles, optando siempre por “el mal
menor”. Aún cuando esto suponga un derroche de esfuerzo, dinero y tiempo de
todas las partes involucradas, además de comprometer la salud y el bienestar de
la madre y su bebé.
En la vereda de
enfrente, a las mujeres o parejas que desde la conciencia de que hay un modo mejor de parir y nacer, quieren vivirlo plenamente, se involucran, se
informan y tienen la oportunidad de desarrollar un vínculo de confianza con las
personas que los acompañan en el proceso de gestación y nacimiento desde una
filosofía más respetuosa, muchas veces desde el prejuicio se las tilda de
inconscientes (paradójicamente) por sus elecciones a contramano de lo socialmente impuesto.
Estas mujeres y
parejas a las que se les permite ejercer su autodeterminación tomando las
decisiones acerca de su cuidado (asesorados acerca de los pros, contras y
alternativas, sin coacción) difícilmente inicien una demanda si algo no sale
como estaba planeado. Porque la responsabilidad es compartida; porque habiéndose
informado y elegido, habiendo sido respetados, se hacen cargo de los resultados
y celebran el éxito como un gran logro personal.
Como describe
Elisabeth Arús “ese `hacerse cargo´ puede sentirse a menudo
como una carga pesada, como una mochila de la que más vale deshacerse para
dejar el tema a los expertos y estar lo más relajadas posible, por no decir
anestesiadas, en el momento en que nuestro hijo vaya a nacer. Pero esa carga puede vivirse también como el
peso propio de algo que es sumamente importante; como la ardua tarea de
trabajar duro en algo que realmente nos importa […] Los que optamos con un
nacimiento sin violencia para nuestros hijos entendemos de este modo la
responsabilidad; como un «hacerse cargo» de algo que es tan nuestro”.